Ese monstruo: "la diversidad"
A comienzos de los 80, con sólo un televisor en casa, la política de censura en mi familia era darle la espalda a la TV para que mi mamá pudiera seguir viendo el programa de turno de Ecuavisa en el horario estelar de las 9 o 10 pm.
Esa medida, claro, impedía que viera las
imágenes pero no que oyera el audio. Así fue como un día se coló una palabra
nueva y pregunté (de espaldas a la tele) “¿mami qué significa
HOMOSEXUAL?”. Y esa señora, por
entonces de 40 y pico, criada en el Guayaquil más conservador de los
guayaquiles y que ya iba camino a vivir su religiosidad de forma cada vez más
rigurosa, me contestó:
“Es cuando un hombre en lugar de
enamorarse de una mujer, se enamora de otro hombre”.
Así, nada más. Yo lo procesé durante 2
minutos con 20 segundos y después me quedé dormida.
Así, nada más. Le faltó la otra
posibilidad, por supuesto “¿sucedía eso también con las mujeres?”... El caso es
que siempre llamará mi atención que entre todas las elaboraciones
posibles mi madre eligiera la palabra “enamorarse”; que no añadiera juicios de
valor (luego con los años sí fue más dura al respecto); que comprendiera que en
ese momento eso era lo que yo necesitaba saber y no más.
Eso como introducción.
Hace poco escribí
un pequeño hilo en twitter (porque en los “chats de mamitas” soy perezosa, es
decir cobarde; y por ahora no quiero represalias contra mis chicos por la forma
de pensar de su mamá) y recibí muchas respuestas, entre ellas esta:
Y eso me llevó a pensar inmediatamente en mi
momento de explicar, no la palabra, sino la acción, el hecho en vivo (suerte la de mi madre).
Estábamos en la Plaza España en Madrid, a
las 11am, una plaza repleta de gente, con un sol brillante de fines de invierno
y ese cielo que ya no puede ser más azul porque sería ciencia ficción, cuando
mi P, de entonces 9 años, me dijo absolutamente asombrado, en shock: “mami, mami,
esas chicas… esas chicas se están besando”.
Y yo… ¡la hecatombe! y para mis adentros: “miércoles qué hago,
carajo Señor dame sabiduría, mamita inspírame para no decir una estupidez”. No
se me ocurrió nada original: “Mira P, sí, esas chicas se están besando porque
son gays, eso quiere decir que hay gente, una chica por ejemplo, que en lugar
de enamorarse de un chico se enamora de una chica, lo mismo le puede pasar a un
chico…
P. me miraba entre asqueado (como se asqueaba cuando veía a una pareja
heterosexual besándose en la tv) sorprendido y también, digamos, un poco interesado. Yo
me moría de los nervios y continué (a diferencia de mi madre yo sí me lleno de
palabras y me enredo en ellas) “o sea no es algo NORMAL pero hay gente a la que
le sucede”. Una alarma sonó en mi cabeza, sentí que no era correcto decirlo así
¡quién soy yo para hablar de normalidad o anormalidades! ¿en qué siglo vivo?
y me corregí: “perdóname, la palabra no es NORMAL, quise decir que no es algo
común, es la primera vez que tú lo ves pero bla bla bla”…
…sólo escuché un “ya ya”. Había perdido
la atención de P por completo, en un quiosco vendían cartas pokémon y el tema
que me tenía con una hoguera en la cara ya se había quedado 50 metros atrás,
allá donde las chicas seguían besándose bajo el sol de la plaza entre turistas,
lugareños, viejos, hombres, jóvenes, mujeres, niños y personas lgbti´s.
A mi hijo ya no le interesaba el asunto,
ni necesitaba saber más.
El tema ha vuelto a surgir cada vez que
aparece alguna referencia sutil o directa en un programa o película. De hecho, ahora que lo pienso, mucho antes de
eso tuvimos que explicarles que “maricón” era una palabra que se usaba para ofender a los hombres intentando con ella disminuir su valor y que era
muy bajo utilizarla. ¿Dónde la habían oído? pues
en el colegio, en boca de sus amigos de 7 y 8 años.
También nos ha pasado varias veces, en
programación regular, encontrarnos con un travesti o con un transgénero y que
ellos pregunten "¿Es hombre o mujer?" y también hemos
explicado que hay personas que nacen hombres pero su cerebro los hace sentirse
como mujeres o viceversa y que se sufre mucho con eso, pero que a la larga ellos
tratarán de vivir su vida como se sientan más cómodos. Y también, en otros países, han visto
travestis en la calle. Se explica de forma sencilla y nunca ha habido drama.
En fin. En respuesta al señor del tuit:
no, mis hijos no han querido imitar ninguna de las situaciones descritas
anteriormente, como afortunadamente nunca quisieron lanzarse por el balcón
luego de ver Superman (que sí sucede eh!) ni clavarle cuchillos a nadie luego
de ver a Wolverine, pero ojo, creo que es porque hago un trabajo diario para filtrar y analizar con ellos las experiencias y las imágenes que les llegan o, al menos, cada vez que puedo. Y ese, querido amigo, es el trabajo de los
padres, ser un cedazo parlante, un subtítulo cansón que constantemente está junto
a los niños intentando traducir los datos que ofrece el mundo de acuerdo a MI
CRITERIO. Y eso lo hago como una misión desesperada porque
luego, todos los padres lo saben, ese súper poder desaparece en la medida en que
a ellos les aparece el acné.
Si alguno de mis hijos besa un día a una
persona de su mismo sexo, no será porque está imitando algo que vio, será
porque mi hijo descubrió que es gay. Tan simple y tan duro como eso y lo digo
así porque quiero ser honesta. Si eso algún día sucede me angustiaré y sufriré
porque tengo una formación tradicional y porque seguramente voy a creer que esa
opción le pondrá dificultades a su felicidad (más de las que normalmente trae
la vida) justamente porque hay gente que aún piensa como usted y un poco como
yo. Pero daré gracias al filtro que dejó instalado mi madre y que me hará descartar palabras como degeneración o aberración.
No conozco el programa escolar que
aparentemente le enseñará a los niños que podrán vivir su sexualidad como en un
after party de woodstock con LSD gratis y que el género con el que se identifican se cambia
con un switch, pero sí llama mucho mi atención que esta preocupación,
comprensible, de los padres se transforme en ganas de poner vendas en los ojos y
prejuicios crueles en el alma de los niños, sobre todo cuando hay tantos temas más importantes a
los que parecemos no prestar la misma atención.
“La noche es oscura y llena de terrores”
dice Melisandre, entonces tengamos los ojos más abiertos que nunca y la mente
clara para aprender y discernir. Esa es la única forma de encender la luz.
Apéndice:
Ese texto fue escrito en el 2017. No hubo tal programa escolar, no fue impuesto a nadie. Hoy, dos años después, en mi país se abre la posibilidad para que parejas del mismo sexo contraigan matrimonio civil. Celebro que personas que se han amado tanto, accedan, si quieren, a la misma forma de asociación contractual que tenemos los demás en la vida laica. Esa apertura no afecta ni modifica práctica religiosa alguna. Son campos separados desde el Siglo de Las Luces.
Ya son casi 30 países donde esto sucede sin que las familias de parejas heterosexuales se destruyan. No voy a tocar siquiera otros mitos que circulan porque no merecen más minutos de atención.
Intento conservar mi fe y sigo transmitiéndola a mis hijos sabiendo que algunos dirán que es incompatible con mi pensamiento; pero sabiendo también que un conjunto de asustados árboles no le hace justicia al bosque infinito de la compasión de Dios. En algún lado se oculta aquella religión fabulosa en la que fui formada, esas voces sabias (que hoy parecen aplastadas) amorosas, capaces de entrever en el tiempo, de separar, como granos de arroz, lo nimio de lo trascendente. Debajo de las piedras sé que aún resuena el sermón de la montaña.
Los valores que nos sacan adelante, amigos, no provienen de la orientación sexual. La gente que es capaz de hacer el bien o de herir, no lo hace condicionada por su orientación sexual, ni por su raza y, a la hora de la hora, ni por su fe de origen. Ejemplos no faltan. Tratemos de amar y construir, mientras se pueda, que sólo somos una partícula de sal en el mar. Las olas irán y vendrán removiendo y cambiándolo todo, porque así ha sido desde el inicio del mundo. Y ¿adivina qué? muy pronto ya no estaremos ni tú ni yo para discutirlo.
Ese texto fue escrito en el 2017. No hubo tal programa escolar, no fue impuesto a nadie. Hoy, dos años después, en mi país se abre la posibilidad para que parejas del mismo sexo contraigan matrimonio civil. Celebro que personas que se han amado tanto, accedan, si quieren, a la misma forma de asociación contractual que tenemos los demás en la vida laica. Esa apertura no afecta ni modifica práctica religiosa alguna. Son campos separados desde el Siglo de Las Luces.
Ya son casi 30 países donde esto sucede sin que las familias de parejas heterosexuales se destruyan. No voy a tocar siquiera otros mitos que circulan porque no merecen más minutos de atención.
Intento conservar mi fe y sigo transmitiéndola a mis hijos sabiendo que algunos dirán que es incompatible con mi pensamiento; pero sabiendo también que un conjunto de asustados árboles no le hace justicia al bosque infinito de la compasión de Dios. En algún lado se oculta aquella religión fabulosa en la que fui formada, esas voces sabias (que hoy parecen aplastadas) amorosas, capaces de entrever en el tiempo, de separar, como granos de arroz, lo nimio de lo trascendente. Debajo de las piedras sé que aún resuena el sermón de la montaña.
Los valores que nos sacan adelante, amigos, no provienen de la orientación sexual. La gente que es capaz de hacer el bien o de herir, no lo hace condicionada por su orientación sexual, ni por su raza y, a la hora de la hora, ni por su fe de origen. Ejemplos no faltan. Tratemos de amar y construir, mientras se pueda, que sólo somos una partícula de sal en el mar. Las olas irán y vendrán removiendo y cambiándolo todo, porque así ha sido desde el inicio del mundo. Y ¿adivina qué? muy pronto ya no estaremos ni tú ni yo para discutirlo.