Jánuca




Este año volvimos a celebrar Hanukkah. ¿Por qué lo hacemos? explicación para otro momento. Hoy quiero compartir lo que siento cuando lo hacemos: una emoción especial, sin duda, sobre todo al decir las mismas palabras que dicen/decimos los católicos en la misa; y más, cuando pienso en que así debe haber sonado la bendición de Jesús en la última cena, cuando repetía las palabras de Isaías: "Bendito es el señor, Dios del universo..."

No sé si sigo siendo una persona religiosa. Amo los ritos. El acto simbólico, acompañado de las palabras a las que atribuimos poder, debe estar entre las cosas más humanas que existen.

Tampoco voy a profundizar en la estrecha unión o en la correspondencia lógica que existe entre el judaísmo y el cristianismo. Quien se interese por ambos encontrará muchísimos ejemplos y motivos para experimentar, sin fanatismos, una mística muy particular. 

Entre los detalles que me gustan de Hanukkah o Jánuca, está el hecho de "simplemente" agradecer y contemplar. Tan acostumbrados a pedir, esto de decir "gracias por los milagros que hiciste por nosotros en aquellos tiempos, en estos días" representa un esfuerzo. Mi cabeza viaja instintivamente a mis necesidades, a los pequeños desastres que requieren consuelo. A los milagros que hacen falta para quienes más quiero. El rito me obliga a quedarme en la observación de los milagros sucedidos. Los trascendentales y los cotidianos. 

Agradecer, encender y contemplar la luz. 

Es un "gracias" por el pasado. Cosa curiosa porque también estamos más habituados a expresar gratitud por lo que tenemos hoy. Es un "gracias" por la luz que en algún momento se encendió en la oscuridad de otros, la que me dio calor en tantas ocasiones que ya se fueron y no se olvidan. Mejor dicho, de las que muchas veces me olvido. Es un "gracias" fundamental, constitutivo, primigenio. Es un "gracias" (y robo las palabras del poeta de mis 20) por el fuego.




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